Ballet mecánico
Cine cubista. O dadaísta. O abstracto... En definitiva, una de las piezas más legendarias del cine experimental.
Simpatizante, más que militante del cubismo, Fernand Léger se juntó al cineasta estadounidense Dudley Murphy para crear esta pieza de vanguardia en la que se sucede la fragmentación, la recombinación, la simultaneidad y demás propuestas propias del cubismo, aunque adaptadas a un medio audiovisual que estaba en pleno auge.
Ballet Mécanique es además uno de los mayores ejemplos de Cinéma Pur, ese cine que se centró en los elementos puros del lenguaje cinematográfico como forma, movimiento, composición visual, ritmo, y obviando otros más tradicionales como el guión o la interpretación.
Todo tipo de objetos reemplazaron a los actores, el ritmo se convirtió en el tema principal, la imitación de la naturaleza dejó de ser importante…
Pero a Léger le interesó sobre todo una cosa imposible de representar en pintura: la repetición. Por medio del montaje, que los rusos estaban llevando a niveles radicales de experimentación, consiguió plasmar belleza plástica y una cierta satisfacción estética por medio de repeticiones, montajes rítmicos y diferentes planos, sobre todo primeros planos, que según el artista eran los únicos propios del medio audiovisual.
Estamos pues ante un experimento fílmico que roza la abstracción y por tanto trasciende de lo visual. El compositor George Antheil fue el encargado de proporcionar música al experimento, y al final su aportación fue quizás lo más experimental de la pieza. Música cacofónica para muchos, su Ballet Mécanique se convirtió con el paso de la historia en su trabajo más conocido.
El compositor echó mano también de la repetición y de unos sonidos ruidosos, percusivos, mezclados, caóticos fabricados con pianos, xilófonos, hélices y sirenas… Un delirio musical como el que los futuristas italianos creyeron que iba a ser la música del futuro.