Caballo blanco
Majestuosidad sin jinete.
Velázquez pinta en esta enigmática obra a un caballo blanco, esbelto y en posición de corveta, es decir, cuando estos animales se sostienen con sus dos patas traseras, mientras las delanteras están en el aire.
Lo más significativo del cuadro es la ausencia de un jinete: el caballo va equipado con una silla de montar, pero no hay nadie sobre ella.
El grado de detalles que caracterizan la pintura; el color y la forma de esta nos hace darnos cuenta que realmente se trata de una obra acabada, por lo tanto este caballo solitario y protagonista es completamente intencionado.
Probablemente, el gran pintor barroco lo utilizara como modelo para algunos de sus retratos ecuestres, es la explicación más plausible.
Entre las tipologías de retratos barrocos, el retrato cortesano era uno de los más destacados, y a través de él, los retratos ecuestres se volvieron muy populares. Representar a reyes, duques y personajes de la nobleza sobre su corcel era una propaganda perfecta, otra manera de enaltecer aún más su poder. El papel del caballo era el equivalente a un trono, en este caso el de un trono ambulante, simbolizando que un rey era siempre un monarca, no sólo cuando estaba acomodado en su palacio, por lo tanto los caballos acababan siendo un elemento más de ese lujo. La posición del corpulento animal es idéntica al retrato ecuestre que hizo Velázquez del conde-duque de Olivares, con la única diferencia del color del pelaje del caballo, que en este caso es castaño.
El gran genio sevillano demuestra una vez más su capacidad de reflejar el naturalismo, y prestando minuciosa atención a detalles como la espuma que rezuma de su hocico, o la brillantez de la crin, para así destacar el animal sobre el impreciso fondo, con un paisaje indefinido y cielo aparentemente nocturno.