Caminante sobre un mar de nubes
El paisaje sublime frente al personaje de espaldas.
En el romanticismo se puso muy de moda pintar paisajes. Paisajes que mostraran las fuerzas de la naturaleza: tormentas, nieblas, vientos, lluvias, nieves… Era lo que estos tipos llamaban «lo sublime», y quería ser un reflejo de lo que el artista sentía por dentro, como mostrar las emociones, y cuanto más extremas, mejor. Un paisaje tanto exterior como interior.
Friedrich fue uno de los gurús de este concepto de «lo sublime». Aquí vemos al típico tío de espaldas del artista (aunque bastante más grande), seguramente con cara de alucine al contemplar el paisaje montañoso cubierto de bruma. El pintor probablemente acertó al eliminar la línea del horizonte fundiéndola con el cielo. Así da sensación de más inmensidad.
Aunque en realidad puede que Friedrich pintara tanta gente de espaldas porque según dicen, el artista no dibujaba particularmente bien a las personas.
El caso es que esto permite tanto identificarnos con este caminante (o su soledad y aislamiento) como no quitarle el protagonismo al paisaje.
Este cuadro de Friedrich es, en definitiva, el paradigma de la gran idea romántica: ese instante en el que el hombre se siente sobrecogido por la belleza, natural o espiritual.