Chica con perro
El mejor amigo.
Una escena íntima, como es típico de ese virtuoso voyeur llamado Jean-Honoré Fragonard. En buena parte de sus pinturas nos sentimos espías, intrusos que hacen un allanamiento en habitaciones privadas, en gabinetes exclusivos, en rincones prohibidos, sólo para contemplar la intimidad de sus protagonistas, ligeras de ropa.
En este caso Fragonard pinta a una chica medio desnuda, acostada en la cama, que juega cariñosamente con su perro. En principio estamos ante una imagen inocente, aunque no cabe duda de que es abiertamente erótica.
Es erótica por esa cortina de la cama, abierta de par en par en exclusiva para los espectadores, por esa ropa tirada en el suelo, que crea formas sensuales y rosadas, casi lúbricas. Y sobre es erótica todo por esa cola del perro, que oculta los genitales de la chica.
Ocultar lo justo para dejar de ser explícito y chabacano es el secreto del erotismo. Una forma de mostrar lo prohibido con cierta elegancia y dignidad, que por supuesto era el producto ideal para los clientes de la decadente época del Rococó francés.
Hubo una época en la que Fragonard pintaba cuadros de temática religiosa, mitológica y demás géneros clásicos y serios. Pero en la época de Luis XV la frivolidad estaba a la orden del día y lo que le gustaba a la gente eran escenas de amor (a ser posible un poco subiditas de tono), cortesanas enseñando el liguero, nobles persiguiendo doncellas o chicas enseñando lo justo de carne en situaciones evidentemente privadas.