El columpio
El summum del rococó.
Fragonard, siempre tan comprometido socialmente, nos retrata la vida de los más desfavorecidos en esa época. Dos franceses con peluca están columpiando a una exuberante cortesana. Uno de ellos se acuesta entre la naturaleza para ver si puede ver algo bajo esas faldas tan rococó que producen empalago. Todo es excesivo, todo es tan frívolo que hasta los cupidos de las estatuas se sonrojan. Uno de ellos incluso pide un poco de silencio y mesura con un dedo en los labios.
Ese gesto de la escultura alude también al secreto. Un secreto a voces en realidad: la escena describe algo tan común entre esta gente de alta alcurnia como eran los matrimonios de conveniencia, en la que tener amantes eran casi una obligación.
Los felices azares del columpio, el título original de esta barrabasada pictórica, se convirtió en nada menos que en el símbolo de una época tan decadente que no tardaría en rodar cabezas, literalmente.
Una época en la que el adulterio y el pecado eran vistos casi como una de las bellas artes. Perseguir cortesanas, jugar al escondite o columpiarse arriba y abajo, adentro y afuera, mientras se escuchaban los ecos de las risillas picarescas en los bosques y jardines eran el deporte nacional de la nobleza francesa de esos años de colores pastel.