Chica fálica
Contrastes adheridos.
La obra de Kusama siempre ha ido de la mano de sus experiencias vitales y las huellas que estas han dejado en su mente. Su fobia al sexo y al romanticismo encuentran sus raíces en su niñez, en los días en que su madre la cargaba con la tarea de mantenerla informada de las infidelidades de su marido, ocupando, así, a una joven Yayoi con el espionaje y alejándola de la producción artística.
En lo que se erige como una de sus obras más desconocidas y particulares, Yayoi plasmó este trauma mediante la técnica de la sencillez visual y la repetición de formas, tan característica en toda su producción. Chica fálica es la representación sin tapujos de una lucha entre contrastes — la niñez y el deseo sexual adulto, lo femenino y lo masculino – componen una obra en que poco a poco los añadidos van consumiendo al ser en el que se adhieren.
Como en las rocas costeras donde nace vida, el cuerpo de la Chica fálica es atacado por sus propios «moluscos». Su interpretación es, así, un contraste en sí misma. Por un lado, el cuerpo es ocultado de la mirada masculina que tradicionalmente lo ha usado para alentar sus deseos, y se apodera del elemento que lo sometía, convirtiéndolo casi en un vestido con el que posar orgullosa. Por otro lado, es convertido en algo inerte ante esos mismos deseos masculinos sin control que lo desproveen de cualquier otro potencial más que el de proveer un lugar para su libre albedrío.