Desnudo reclinado con medias verdes
La fluidez afilada de Schiele.
La desnudez a la que Egon Schiele apunta con su propuesta artística muchas veces resulta comprometedora para las miradas conservadoras: es explícita, impúdica, irreverente. Se basta de sí misma para generar una estética que no se había visto antes, quizá por retadora, quizá por hija de Freud y de sus ideas, quizá por dramática en su sexualidad exacerbada. Más allá de la representación de la figura femenina por sí misma, el artista vienés estableció una relación muy directa con las formas femeninas, de tal suerte que su obra era una afrenta a la manera en la que las mujeres de principios del siglo XX experimentaban sus escrúpulos sobre sus propios cuerpos, casi con terror.
Para Schiele nada de eso era válido. Su trazo afilado denota cierto carácter lúdico y rebelde a la vez, de esos que no quieren aceptarse como miembros de una comunidad con una ideología determinada, pero tampoco se desgarran las vestiduras por serlo. Es en esta actitud disidente que las figuras femeninas de este artista son muy francas en sus formas: muestran con naturalidad sus rasgos, que no son perfectos, pero que no dejan de ser estéticos en sí mismos, porque son reales: al no buscar perseguir un ideal de belleza, las mujeres que Schiele representaba son más cercanas lo que sí sucede en la realidad. No pretendía buscar pies perfectos ni manos finas, sino funcionales, acorde a las proporciones de cada personaje.
Tal es el caso de Desnudo reclinado con medias verdes (1917), en el que el carácter erótico se despliega en toda su fuerza expresiva: es crudo, es directo, es honesto consigo mismo y no tiene miedo de mirar al espectador a los ojos. Los colores no necesitan ser llamativos para que la composición deje una impresión contundente, y pareciera, entonces, que no es ella la personaje principal del dibujo: lo es su expresión, que contiene esa fluidez afilada con la que Egon Schiele irrumpe en la hoja en blanco.