El buen confesor
El cuerpo de Cristo.
Falos, falos por todas partes pintaba este buen señor, al que le gustaba más escandalizar a un cura o a una beata que la propia pintura. El Buen Confesor no iba a ser menos y ahí vemos varias formas flagrantemente fálicas como pueden ser el tocado de encaje o lo que sea que se está metiendo en la boca esta señorita.
Una comunión sacrílega que Clovis Trouille trata con mucho humor, bastante surrealismo y una sana falta de respeto hacia las instituciones, siempre tan necesaria. Con su mezcla de pre-Pop, proto-Punk, y adelantándose décadas al Lowbrow, mezcla catolicismo con el Marqués de Sade y consigue una pintura de lo más desconcertante (aunque curiosamente todo tiene su lógica ahí dentro). Trouille le da un formato redondo (sí, como una hostia) y corta justo en donde tiene que cortar la escena para ser todavía más turbadora e irreverente.
Si en algo era experto este fascinante artista era en libertinaje anticlerical y quizás es por eso que casi nunca expuso en la Francia natal, donde estaba amenazado de cárcel si ofendía a los dos meapilas de siempre. Se dedicó a pintar en su tiempo libre, tras salir de currar restaurando y decorando maniquíes de las tiendas de París.