El Calvario
La sublevación del cincel.
Ribera esculpe más que pinta. Un último exhalo de inocencia y piedad crucificada emana de un compendio de luces y sombras que no son más que vano esfuerzo del autor por plasmar las suyas, esas que no pudo pintar en un lienzo llamado vida.
Luces y sombras que moldean el pecado que no puede redimir, venas añil que nos cuentan historias donde el pecado —desgraciadamente— no ha podido intervenir en el hombre con su a veces necesario despotismo. Sepúltame con tres clavos
le decía Cristo a Ribera, pues son tres las vidas que gozo tener, pero no plasmes mi pasado, te ruego
prosiguió Cristo: Él látigo de los romanos no ha sido más que el de la indiferencia.
El Calvario o Expiración de Cristo es un óleo sobre lienzo mandado a realizar en 1618 por el gran Duque de Osuna, Virrey de Nápoles (recuerden que la regencia de aquel territorio seguía encomendada al gobierno español) Cuando su mecenas murió, la viuda concedió la obra a la Colegiata de Osuna, en Sevilla. Su recorrido no acaba ahí, y es que en la Guerra de la Independencia contra los invasores franceses el lienzo fue dispuesto como blanco para los fusileros franceses, pero ni el más amargo recuerdo de la vil pólvora, ni las bayonetas nacaradas cargadas de hipocresía han logrado dictar el fin de esta alma enmarcada.
¿Verdad que las escalas del arte son indescifrables? Me encomiendo a la idea de que aún reposando el arte en cielo, tierra o infierno logre fraguar un minúsculo crepitar en aquellos hombres que alcen un grito a la liberación de las almas.
Peco de reiteración, pero a mi pecado se le concede el indulto cuando retomo en aquel Cristo que emite un vaho que en sus siglas se deletrea Barroco.