El Salvador y Santiago el Menor
Pequeñas diferencias entre lo divino y lo humano.
Cualquiera que contemple estos dos retratos juntos podrá pensar fácilmente que estos hombres debían de ser hermanos o por lo menos primos. Y así es. Al menos según la tradición cristiana y la doctrina oficial católica del XVII. Aunque de ello discrepaban entonces los protestantes y discrepan ahora los historiadores.
Uno de ellos es Jesús de Galilea, más conocido como Cristo, Redentor o Salvator Mundi. El otro, menos famoso, es Santiago el menor, también conocido ambiguamente como «el hermano del Señor». Según San Jerónimo, Santiago sería en realidad un primo de Jesús, hijo de una hermana de la virgen María y un tal Alfeo.
Sea como fuere, Ribera acepta el juicio de la autoridad teológica y se pone manos a la obra para transmitir el mensaje, no sólo de autoridad doctrinal, sino también el profundamente espiritual y abierto que esconde la figura de Santiago el menor.
Así parece recuperarlo Ribera, retratando con un mismo modelo a dos hombres distintos que, aun compartiendo genéticamente algo más que la misma naturaleza humana, no pertenecen al mismo orden de realidades. Uno de ellos posee algo inquietante, numinoso, sobrenatural.
¿Pero cómo consigue hacer esto Ribera? ¿Cómo transmitir esa sutil diferencia entre Jesús Hombre y Salvador y el resto de los hombres, tan sólo hombres, de carne y hueso?
La luz, como no podía ser de otra manera en el gran maestro del tenebrismo, es el único medio a través del cual se nos transmite este mensaje. Con una pequeña variación en su intensidad, los ojos y el rostro de uno de ellos adquieren esa diferencia cualitativa que tan sutil como inconmensurablemente separa lo divino de lo humano. Pero esa Inconmensurabilidad entre el que es sólo hombre y el que comparte además algo con lo divino, la marca también la intensidad de la pasión, del amor y del dolor, por el que cada uno de ellos define su propia condición. Cada uno se transforma en lo que ama,
según la espiritualidad cristiana, en tierra si amas la tierra, en Dios si amas a Dios.
Así Santiago se lleva la mano al pecho, como todo hombre, afirmando todavía su propia voluntad, mientras que Jesús eleva la mano o la voluntad al cielo: sea tu voluntad, Padre, no la mía.
Y así la diferencia entre Jesús, Salvador del mundo, y su primo, hermano o simple seguidor, Santiago, con su bastón apoyado en el suelo, tan sólo apóstol o mensajero de Cristo en la tierra.