San Bartolomé
Arte despellejado.
Esta obra del tenebrista español que tanto se distancia en modelos, mensaje y modo de expresar su rebeldía de su admirado italiano, nos pinta aquí, con una más que acabada pintura, a un anciano de mirada estremecedora. Es el gesto de un hombre de fe. Su exterioridad trasmite pobreza, pobreza a los ojos de los hombres de este mundo, mas sus ojos y sus manos, fieles mensajeros de lo que esconde el alma, trasmiten una mística «determinada determinación».
Es San Bartolomé, que sostiene con su mano derecha el cuchillo, apenas visible por las tinieblas, con que será desollado vivo y convertido en mártir cristiano. No es un fanático religioso desafiando pasar por el cuchillo a quien contradiga su creencia, es un mártir dispuesto a pasar su cerviz bajo el cuchillo del enemigo para probar y defender con su propia vida la verdad en la que cree.
Testimonio de voluntad, que no busca convencer, sino conmover. Ribera, de acuerdo con la ortodoxia católica, pinta innumerables cuadros de santos y mártires, motivo fundamental tanto de la pintura como de la escritura devocional y apologética de la llamada Contrarreforma. A través de ellos se reflejaba de forma peculiar y ajena a toda argumentación racional, por lo extraordinario de tales «efectos» obrados sobre sus personas, la presencia de otro orden, invisible e interior a ellos, que no era, ni podía ser el de este mundo. La ejemplaridad de sus vidas y la increíble sujeción de sus voluntades a lo divino, conformaban así las mejores «señales» o huellas con que dar a conocer a aquellos que no tenían experiencia de ello, cómo se había manifestado la presencia divina.
Evangelizador y fundador del cristianismo en Armenia. Patrón de curtidores, es símbolo de aquel que se deja literalmente la propia piel por afirmar su voluntad y su fe en sus obras. Se dice que Miguel Ángel escogió a este santo como modelo para retratarse en él tras su sacrificial obra de la Capilla Sixtina.