El conjuro
Un cesto de niños.
Este lienzo fue una de las seis obras encargadas a Goya por los duques de Osuna para decorar su casa de campo. Fueron las obras más baratas que pintó el artista, cobrándoselas a estos nobles a 1000 reales cada una.
Los duques (sobre todo la duquesa) eran verdaderos aficionados al terror, como dictaba la moda en esos años. A finales del XVIII recorría por Europa una corriente de literatura Sublime-Terrible que volvía locos a los aristócratas: supersticiones, misterios, escenas grotescas e irracionalidad a tope se volvieron lo más cool. Vamos, lo que poco después desembocaría en el Romanticismo.
Causaban furor cuentos sobre casas embrujadas, poemas de búhos sobre ruinas a la luz de la luna e historias de fantasmas, brujas y vampiros. Y el país donde había más supersticiones de ese tipo era, por supuesto, España. Es evidente que en esos años la gran mayoría de los españoles creían ciegamente en la brujería, algo hasta lógico considerando el oscurantismo tradicional del país, que se conserva aún hoy en día. Sumando la elevada mortalidad infantil — que Goya y su mujer Pepa sufrirían en sus carnes—, no es de extrañar que para la gente corriente fuese muy real la idea de Satanás robando niños con la complicidad de malvadas brujas.
A Goya, amante del folklore, le encantaron estos encargos. Uno de ellos es esta terrorífica escena donde vemos a un grupo de brujas practicando rituales en plena noche y a un pobre tipo aterrorizado en camisón blanco.
Una bruja canta a la luz de una vela, otra lleva un cesto con bebés y otra clava una aguja a un feto. Acompañan a estas señoras varios animales nocturnos como una lechuza o murciélagos y una figura que vuela con huesos en sus manos. ¿Es el diablo? Todo indica que sí.
El puto Goya lo vuelve a hacer: se adelanta unos cuantos años a lo que sería el arte del futuro y muestra una escena que se puede ver desde múltiples y caleidoscópicas lecturas. Unas obras con las que no sabemos si reír o asustarnos, o quizás las dos cosas a la vez. Unas pinturas que rozan lo esperpéntico, casi como en un concierto de Alice Cooper.
Puro Halloween.
Esta y otras obras son explicadas en mi libro «Francisco de Goya: El tiempo también pinta».
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¡Gracias por vuestro tiempo!
Miguel Calvo Santos