El curso del Imperio V: Desolación
“donde habite el olvido, allí estará mi tumba”.
Hemos llegado al final de la serie El curso del Imperio. Con esta quinta y última pintura, lo que nos queda es un paisaje desolador y una reflexión.
Si recordáis la obra anterior, La destrucción, con la ciudad romana siendo arrasada y como su propio nombre indica, destruida, en esta última nos muestra una continuación muy prolongada en el tiempo, ya que si nos fijamos en este paisaje, se hace evidente que han podido pasar años desde los sucesos que acontecieron en la ciudad.
Ya no que nada del esplendor que tuvo, los días de gloria del Imperio quedaron atrás, olvidados. En su lugar, apenas unas ruinas de los imponentes edificios que se construyeron.
¿Pero qué es lo que más llama la atención del cuadro, aquello que quiere resaltar Thomas Cole? La naturaleza, por supuesto.
Esa vegetación rebelde: musgo, malas hierbas, enredaderas…la naturaleza salvaje y de apariencia amable que veíamos en la primera obra de la serie ha resurgido. ¿Es una sensación nuestra o regresa rencorosa? Ya no parece un paisaje tan amable como al principio.
El cuadro refleja una idea claramente romántica, en la que pintores como Thomas Cole o Caspar David Friedrich como el más representativo nos demuestran qué representa para ellos la naturaleza: está claramente por encima de la obra humana, pues es obra divina y eterna. La segunda en cambio es frágil y limitada.
Cole nos enseña que después de todo, la naturaleza persiste, resurge. Lo que tiempo atrás fue una ciudad llena de esplendor y lujos ha acabado en ruinas, deshabitada, inhóspita. El paisaje ha sido maltratado por los humanos, pero poco a poco se recuperará y lo cubrirán plantas frondosas.
Los humanos olvidan, perecen. La naturaleza renace y se mantiene.