
El viaje de la vida: Infancia
Belleza e inocencia.
Años después de El curso del imperio, Thomas Cole también realizó otra serie de pinturas, (no tan famosa) llamada El viaje de la vida. Ésta se compone de cuatro obras que reflexionan sobre las edades del hombre: infancia, juventud, madurez y vejez. Sin embargo, que esto no confunda; Cole sigue siendo el romántico paisajista que admiramos, y en dichos lienzos el paisaje seguirá siendo el protagonista; se expresará principalmente a través del entorno.
Esta primera obra de la serie representa como hemos dicho, la infancia. En ella, se introducen por primera vez una serie de elementos que nos acompañarán a lo largo de la serie, pero en cada cuadro de manera distinta, y estos son: el viajero, es decir, el hombre protagonista, que en este caso es aún un crío. Detrás de él, el ángel que lo seguirá en este viaje y que guía la barca (la cual tiene un mascarón de proa con una alegoría femenina que sostiene en sus manos un reloj de sol, simbolizando el paso del tiempo, muy adecuado para esta serie) a la que van subidos, navegando por el río, en un paisaje pacífico y con bella vegetación florida a su alrededor.
Las aguas tranquilas por las que avanzan y la tonalidad cálida de la luz del sol en el horizonte no son más que metáforas para simbolizar la inocencia de la etapa infantil, en la que nos encontramos aún protegidos de las desdichas que vendrán en la edad adulta, y el desconocimiento de muchas cosas. La ignorancia, a tan joven y tierna edad, nos hace más felices.
Llama la atención el lugar de dónde sale la barca: una especie de cueva o gruta escarpada, con la que el artista quería reflejar un lugar misterioso, del que provenimos y al que vamos después de la vida, rumbo a lo desconocido. ¿Qué hay antes de nacer? ¿Y después de morir? Un vacío, ¿o algo más? Preguntas que quedan siempre sin resolver o parcialmente resueltas, a gusto de cada uno.