El dentista
Odontólogo trabajando.
Hoy voy al dentista. Y lógicamente estoy aterrorizado.
Al menos no estamos en la época barroca, cuando los sacamuelas ambulantes hacían su sangriento trabajo ante la vista de los curiosos y sádicos. Hasta Quevedo lo consideraba el oficio más maldito del mundo.
Hoy —quiero pensar— la ir al dentista se parece más a 1929, año en el que se pintó este cuadro, cuando la odontología empezaba a ser algo más confortable, valga el oxímoron.
El irlandés Sir John Lavery nos muestra una consulta muy moderna y preparada para la época. Es el gabinete del doctor Conrad Ackner, famosísimo dentista que llegó a tratar a los reyes de Noruega o a la mismísima Marlene Dietrich, y que aquí está atendiendo a la esposa del artista. Tanto le gustó la imagen al doctor, que sacó unas tarjetas de navidad-calendario con el cuadro.
El cuadro no solo tiene valor artístico sino también un inestimable valor histórico, pues es de las pocas imágenes, ya sean pinturas o fotografías, que muestran el instrumental de un dentista a principios del siglo XX. Y aquí Lavery no escatima en detalles, vemos los últimos equipamientos odontológicos de ese 1929 pre-barbarie, cuando la civilización occidental estaba más avanzada. El más destacado es la máquina de rayos X [1] o la luz en la frente.
En definitiva, la pintura es una representación única de una práctica británica de moda a principios del siglo XX: ir al dentista a cuidar sus dentaduras. Si, otro oxímoron: cuidadas dentaduras británicas.