El dux Leonardo Loredan
La unión perfecta entre arte y poder.
Iniciado el siglo XVI, Venecia es la ciudad europea más sofisticada al filo del occidente europeo, y Bellini, como su retratista oficial debe pintar —con indumentaria ceremonial— a los regentes de la Serenísima República. Así, retratará a Leonardo Loredan; cuyo resultado será la unión perfecta entre arte y poder en el alto Renacimiento italiano.
En escultura, la élite del momento busca esculpirse al modo «busto imperial»; y tal modelo clásico es el qué Bellini trasladó a la tabla, aunque de manera muy peculiar. De un torso —anatómicamente imposible— hace emerger un rostro romano, si bien del periodo Republicano, con buena carga psicológica y gran realismo. Toma también prestadas otras referencias: el escorzo y la luz incidiendo desde la izquierda remiten a Van Eyck y a Antonello da Mesina.
Leonardo es un sesentón perfectamente arrugado que bajo su capa debe ocultar un físico decadente y flácido a lo Ribera, no obstante sus pequeños, evasivos y astutos ojos de kriptonita azul parecen todopoderosos. El óleo —de secado lento— posibilita esa mezcla de colores tan necesaria para conseguir suaves difuminados en la piel. Giovanni explota la técnica. Éste ha conseguido además, plasmar la conjunción de autoridad, ponderación y dignidad, que como magistrado supremo de la República, se le supone al oligarca.
El poder renacentista se viste —y se legitima— con ostentosos y caros adamascados de hilo de oro y plata Made in Turkey; tejidos orientales comercializados con la vecina Constantinopla que, en combinación con el fondo de azul ultramar (pigmento caro donde los hubo) crean un conjunto rico e ingrávido.
La sala del palacio ducal donde se exponían los retratos ardió en 1574, por lo tanto, a pesar de su pretendido oficialismo, parece ser que la obra debió ser un encargo privado; gracias a ello podemos disfrutar de la fantasía anacrónica de un Pier Paolo Pasolini tocado con el graciosísimo corno ducale.