El encuentro
Courbet se pinta como viajero.
Mientras pasea por los caminos de Montpellier en una mañana soleada, Courbet se encuentra con su cliente pelirrojo Alfred Bruyas, que en el futuro se convertirá en su mecenas.
Tras Bruyas vemos a su criado Calas que mantiene la mirada baja y a un perro llamado Breton, que mira como el barbudo Courbet está cargando con los utensilios necesarios para la correcta práctica de su profesión. Quizás va a pintar paisajes en plena naturaleza, como hacían los realistas de Barbizon que Courbet tanto admiraba.
De todas formas Courbet no se explaya demasiado en el paisaje. Prefiere centrase en ese encuentro pintoresco entre distintas figuras en diferentes actitudes.
Por ejemplo, él se retrata como artista bohemio. Parece un Judío Errante. Quizás se pinta así pues ve el rol del pintor en su sociedad como una especie de transeúnte, de testigo, o quizás por no ser aceptado ni por la crítica ni por el público. Pero el artista es también alguien que merece respeto, incluso para dedicarle el título de un cuadro.
Courbet pinta un autorretrato (y ya llevaba unos cuantos) sobre un momento en apariencia intrascendente, pero que para el artista era histórico: el encuentro con el señor que va a poner la pasta en los años venideros. El encuentro con el mecenas. Un nuevo tipo de mecenas burgués que apoya el arte de vanguardia porque cree en él y sabe que pasará a la historia.