El entierro del conde de Orgaz
El camino del exceso artístico.
El Greco pinta entre los años 1586 y 1588 este inmenso lienzo que representa el milagro acaecido en el año 1323, cuando San Esteban y San Agustín de Hipona bajan del Cielo para enterrar personalmente a Gonzalo Ruiz de Toledo, señor de Orgaz. Así de bueno era el conde (aunque en realidad Gonzalo no era conde: Orgaz no fue condado hasta más tarde).
Cierto es que el noble fue el que construyó la iglesia y que pasaron dos siglos hasta que no lo pintó el Greco, pero ahí queda esta obra para inmortalizarlo para siempre. De hecho, es quizás «la mejor» [1] obra del Greco.
Una composición acojonante, dividida en dos partes muy diferenciadas: arriba y abajo.
Abajo están los dos santos recién bajados del cielo para depositar con sus propias manos el cuerpo pálido del noble en la sepultura, y observan este milagro un exagerado grupo de personas contemporáneas muchas de ellas al Greco. Aparece por ejemplo el hijo del pintor (de su bolsillo sale un papel con la firma del artista), y varios curas, frailes y caballeros vestidos de negro, a la moda de la época (esas gorgueras). Algunos miran la escena, otros nos miran a nosotros, y en total hay una excelente galería de personajes que componen lo que muchos consideran el mejor retrato en grupo de la historia del arte.
Hay quien quiere ver entre toda esa gente a Miguel de Cervantes, y es posible, ya que el escritor vivía en esa época en Toledo. Imaginad ir a la ciudad en 1588 y cruzarse con el Greco o con Cervantes…
Arriba, la atmósfera y el ambiente cambian radicalmente. Aquí vemos al Greco desatado. También hay una galería de retratos, pero esta vez están la Virgen, Jesucristo, muchos santos, ángeles y demás personajes de la Biblia. Todos pintados de forma ultra-manierista con el estilo inconfundible del pintor: figuras alargadas, escorzos extrañísimos, iluminación sobrenatural, colores brillantes…
Todo el mundo se quedó con la boca abierta con esta maravilla del Greco, sin embargo, para cobrar, el artista las pasó canutas. Los responsables de la iglesia de santo Tomé no quisieron pagar la suma estipulada, y el Greco se indignó, con razón. Regateando con los curas (y llegando incluso a oídos del papa) al final se le pagaron los 1200 ducados que pedía en un principio (unos 200.000 €), cifra ridícula si tenemos en cuenta que es una obra de arte de valor incalculable.