Fray Hortensio Félix Paravicino
Un retrato formal fuera de todo formalismo.
Cuentan las fuentes que Hortensio —hijo de la villa de Madrid, de un milanés y de una manchega—, practicaba una retórica tan enajenante en sus sermones y poesías, que la historiografía literaria lo tuvo que entroncar con el grupo poético del Siglo de Oro español, junto a su amigo Francisco de Quevedo, entre otros literatos coetáneos. Respetado fue también por los Felipes III y IV, quienes lo convirtieron en predicador real en la capital, se postuló además como obispo y, para cerrar el círculo cortesano, tuvo como protector al poderosísimo Conde Duque de Olivares.
Un hombre de Dios con semejante curriculum y valedores, que disponía en su celda de varios criados y de una de las más selectas bibliotecas de la villa, era muy merecedor de verse retratado a través de la maniera de El Greco y colgar el resultado entre sus paredes.
Aunque no se clarifica la relación de amistad entre ambos hombres, algún afecto le tomaría el fray a su retratista para llegar a dedicarle sonetos, como hizo, y hasta un panegírico a su muerte:
«Creta le dio la vida y los pinceles, Toledo, mejor patria donde empieza a lograr con la muerte eternidades».
Y así ofrece Domenikos a Hortensio a la eternidad en un retrato formal fuera de todo formalismo.
El padre trinitario es representado sedente, con las piernas estiradas, brazos relajados y con los libros apoyaos en la cadera —en Madrid son muy de apoyarse cosas en la cadera, sean nardos o volúmenes de teología, aunque el pequeñito alude a su obra poética—; con una pincelada vibrante y desmaterializante a base de manchas con acabados desiguales.
Atención al alboroto de sus greñas y a la barba rala que le crece abandonada sobre su mandíbula de arco gótico, a esa vertical rotunda de nariz semita y la oreja a punto de explotarle…
La estética grunge se alía con el verismo individualizador en una obra donde el griego describe magistralmente la psicología —que de eso va la cosa en un buen retrato— del joven clérigo quien, en su pasotismo solemne no reprime su jactancia, mando y seguridad.
Afortunada/o tú que te pilla cerca la capital de Massachusetts, pues el peregrinaje para honrar a Hortensio te será fácil; fue John Singer Sargent quien en 1904 recomendó la compra del lienzo a su museo de Bellas Artes.