El huevo negro
La Mujer Escarlata de Aleister Crowley.
El autorretrato de Marjorie Cameron sujetando un huevo negro, una práctica mágica que la artista conocía bien, ya que era aficionada a la práctica de la brujería. Vamos, que era una bruja. De hecho Cameron seguía las enseñanzas de magos de la talla de Aleister Crowley y se codeó con individuos tan indeseables como L. Ron Hubbard, el fundador de la Cienciología.
Aunque quizás nos encontremos ante una de esas artistas cuya vida llega a ser más interesante que su obra, es evidente el talento de Cameron, una pintora visionaria que realizó todo tipo de artefactos artísticos a medio camino entre el arte y la magia, que nos puede recordar al surrealismo latinoamericano y europeo, pero con una mitología propia y profundísima.
Ya de niña dio muestras de su talento y de su rebeldía. Sentada en la última fila de la clase, la joven Marjorie dibujó a una persona cagando. Sus compañeros se revolucionaron. Fue llevada al director y su obra fue confiscada. Cameron contaba que esa fue su primera exposición.
De más mayor no perdió un ápice de rebeldía. Promiscua y magnética se introdujo en el mundillo beatnik y en alguna que otra secta esotérica, de esas que tanto proliferaron en occidente tras la II Guerra Mundial. El sexo y las drogas eran de uso cotidiano para los rituales.
Quizás estas asociaciones la perjudicaron más que beneficiarla. Era más conocida por las ingentes anécdotas de su vida que por su universo artístico, de una gran riqueza.
Es la obra de una mujer libre, una feminista, una bruja que combinó el ocultismo con la contracultura de los años 50 y 60.