El monje frente al mar
Un vacío completamente lleno.
Una dicotomía de desolación y calma une El monje frente al mar y Abadía en un bosque, obras que Friedrich expuso emparejadas en la Academia de Berlín a principios del siglo XIX. Las dos rompían por completo con el paisajismo clásico e idealista que había monopolizado los ambientes académicos durante tanto tiempo. Fue tal su impacto que el mismísimo príncipe de Prusia las adquirió para su corte, fascinado por ese recientemente surgido Romanticismo traducido en dos versiones; el ascetismo espiritual de El monje frente al mar y la funebridad melancólica de Abadía en un bosque.
Un cielo degradado en azulado, blanco roto y gris oscuro ocupa la mayor parte de este cuadro, sin definirse en ningún momento exacto del día o de la noche. Friedrich detiene así el tiempo, situando la escena en una dimensión eterna y abstracta. En la parte inferior de la composición una franja horizontal casi negra delimita el mar; se dice que había barcos, pero el artista los eliminó dejando solo algunas trazas blancas para evocar la crispación de las olas. La zona rocosa se ensancha en un sutil saliente hacia el agua para enfatizar la presencia de la pequeñísima figura del monje, que contempla el horizonte con actitud pensativa llevándose la mano al rostro.
En El monje frente al mar, el pintor alemán hace un retrato de un espíritu lo más romántico posible. Con la desproporción entre el paisaje y la figura subraya la inmensidad de la naturaleza, que le conmueve el alma; a la vez medita sobre la insignificancia del ser humano frente al Universo. No es casualidad que el protagonista sea religioso; únicamente ha llegado a entender esa verdad tan elevada y humilde a través de la fe y la introspección. Habiéndola aceptado, ha encontrado la paz sabiéndose frágil y vulnerable, y con ello, libre. No solo hay una reflexión sobre la relación entre el ser y el mundo, sino también respecto la experiencia estética. Se huye de la búsqueda clásica de armonía y perfección, dirigiéndose hacia el nuevo concepto de lo sublime: aquello tan amenazador, tan infinito y tan nostálgico que es bello porque da miedo, y da miedo porque es bello.
Friedrich se come cualquier perspectiva clásica, identidad del personaje o acción narrativa, y en su obra simplemente deja vacío; pero es un vacío completamente lleno. Para descifrarlo sencillamente nos pide actuar como auténticos románticos; observar, sentir y comprender.