El ninfeo
Espiando en la gruta.
Un ninfeo era una cueva o una gruta donde descansaban y retozaban las ninfas, según la mitología griega. Años después, este concepto se extendió a las fuentes artificiales que había en las ciudades consagradas a estos seres.
Bouguereau, amante de la forma femenina, se permite entrar en un ninfeo mítico y situarse entre los matorrales para espiar a las bañistas. Y así de paso regalarnos una instantánea llena de suculentos culos y tetas alrededor de la piscina natural.
Pero un momento… alguna de estas ninfas nos mira y sonríe. Parece que ha sido cazado el voyeur (nosotros).
Como sabemos, las ninfas eran bastante desinhibidas en lo referente al sexo, y a menudo lo practicaban con hombres o mujeres, mortales e inmortales, y a veces sin medida (de ahí viene la palabra ninfomanía) y sin pudor alguno. Desde luego eran dueñas de su sexualidad.
La mitología está poblada con historias sobre estos seres, a veces víctimas, a veces perpetradoras, a veces acompañantes de los Dioses… Y en todas ellas está presente el amor. O una ninfa se enamoraba de alguien, o bien alguien se enamoraba de una ninfa. Y, como podréis imaginar, la cosa casi siempre acababa en tragedia.
Por supuesto, las ninfas siempre estaban desnudas, y ahí es donde los artistas vieron un filón. Después de todo, la mitología era una de las poquísimas excusas que tenían para mostrar un poco de carne (al menos hasta que empezó a cambiar en el siglo XIX).
Bouguereau, todo un académico, parece ser que se especializó en pintura mitológica. Y no es por pensar mal, pero en sus obras casi siempre hay alguien desnudo (también algún que otro hombre). El gran erotismo de los cuadros del pintor supusieron un enorme éxito, sobre todo en los Estados Unidos (donde está ahora esta pintura). No sabemos si los compradores veían desnudos eróticos o castas alegorías mitológicas. El caso es que arrasaban.
Voyeurs, se llaman. Y buena parte del arte se creó por y para ellos (en definitiva, para nosotros).