El gran profeta
El aire recorre la escultura.
El Gran Profeta no es la obra maestra de Pablo Gargallo, en todo caso, tan solo es la punta del iceberg de lo que hubiese sido capaz el talento de este artista que falleció repentinamente y al que le faltaron décadas de carrera.
Se trata de una escultura de grandes dimensiones, imponente y rotunda, su complejidad radica en el planteamiento que hace el artista del material y el vacío y del perfecto equilibrio que alcanzan sus formas.
El aire recorre la escultura, se conduce por las líneas y los planos de la figura hasta salir por la boca insuflándole vida al gesto del profeta, un personaje enorme y estremecedor que con su brazo alzado y la boca abierta parece que nos quiere anunciar, con expresión airada, algo importante.
Pablo Gargallo supuso una revolución en la disciplina escultórica. Con un lenguaje propio, de soluciones formales equilibradas y coherentes, consigue que su arte conecte de inmediato con el espectador.
Es estimulante recorrer el personaje con la mirada, explorar sus huecos, entender sus volúmenes convexos y descubrir la múltiple proyección de luces y de sombras que el vacío proyecta sobre las formas.
De alguna manera, Gargallo nos hace cómplices del juego, nos invita a llenar los espacios que faltan, no sabemos qué completa la figura, si el aire o la materia, es como si el artista hubiese esculpido el aire. De ahí, que El profeta esté impregnado de ese fuerte carácter expresivo que nos deja cautivados.
Si a los 53 años, a Pablo Gargallo no le hubiese sorprendido la muerte, ¿que habría esculpido después del profeta? El magnetismo de esta obra nos permite tan sólo hacernos una vaga idea.