El tatuador
El amor no siempre dura. Los tatuajes sí.
Otra portada de Rockwell (la enésima) para el Saturday Evening Post.
Aquí el artista más americano de la historia reflexiona, con su habitual sentido del humor, sobre la permanencia de los tatuajes frente a lo rápido que se puede ir el amor. Y nada mejor para ilustrarlo que este marinero, que ha dejado amores a lo largo y ancho del mundo y se está tatuando el nombre de Betty, quizás el definitivo. Poco espacio le queda ya en este brazo.
Ahora lo raro es que alguien no tenga tatuajes, pero en 1944 profanarse la piel con tinta era exclusivo de marineros y presidiarios, o quizás de alguna tribu de algún país lejano.
Norman Rockwell deja de lado por un momento su característico naturalismo cotidiano y se pone un poco «moderno» eliminando el fondo para llenarlo de diseños de tatuajes populares para convictos y marinos en esos años, y el resultado es estupendo.
Para recrear esta pintura, Rockwell llamó a un vecino, Clarence Decker, para que posara como el marinero, y utilizó a su amigo y colega ilustrador Mead Schaeffer para dar vida al tatuador. Decker (que no tenía un solo tatuaje en su cuerpo) volvería a posar para el artista en varias ocasiones, pero Schaeffer, al ver la obra acabada se quejó a Rockwell de haberle pintado un culo demasiado grande.