Norman Rockwell
Estados Unidos, 1894–1978
El neoyorkino Norman es toda una institución del arte americano. Sus ilustraciones son iconos muy bien ejecutados tanto en técnica como en concepto, y aún retratando un presente hoy tan pretérito, supieron aguantar el paso de los años pese a la poca ambición de un autor que no pudo disimular su humildad.
Ilustrador desde la adolescencia, y con formación clásica, Rockwell se hará muy popular por esa faceta en el Saturday Evening Post, revista de sociedad en donde trabajaría durante casi 50 años. Sus portadas, anuncios e ilustraciones trascendieron el arte pop (antes del pop) y se convirtieron en pequeñas pero muy influyentes muestras de su estilo entre el realismo y el idealismo, lo virtuoso y lo kistch, lo irónico y lo ingenuo.
Esta ambigüedad se ve en una obra que tanto abraza el más rancio patriotismo como la más mordaz crítica social. Aunque mayoritariamente ejecuta un arte optimista y positivo que ensalza las virtudes de la familia occidental, por lo que fue muy popular entre el público medio norteamericano y pudo desarrollarse plenamente en el ámbito de la publicidad, siempre tan directa y eficaz, aunque nunca considerada realmente un arte elevado (recordemos que estamos en una etapa pre-Warhol, un arte pop antes del arte pop).
Este conservadurismo y vocación de «arte para las masas» no cuajaría entre la élite cultural y Rockwell no llegaría nunca a integrarse en las corrientes artísticas de entonces, las famosas vanguardias, las cuales conoció y disfrutó. Infravalorado («Nunca lograré una verdadera obra maestra») sentiría siempre una inseguridad poco habitual en el gremio y sufriría depresiones, aún consciente de que pese a no estar en los museos, su obra estaba presente en miles de casas, comercios, bares, calles… de los Estados Unidos.