Willie Gillis USO
Hablar de la guerra sin hablar de la guerra.
Norman Rockwell fue conocidísimo en EEUU en los años 40. Aún lo es. Sus ilustraciones en The Saturday Evening Post eran casi un ritual que las familias americanas, del mayor al más pequeño, esperaban con deleite cada fin de semana para ver esas imágenes que hablaban de América, que hablaban de ellos.
Las obras de Rockwell son realistas en la forma y idealistas en el fondo. En ellas aparecen frecuentemente escenas cotidianas, familiares, con un toque de patriotismo y otro de ingenuidad. La idealización de la sociedad americana en plena II Guerra Mundial era un tema tan recurrente como necesario. Desde el arte, la crudeza de la guerra y sus consecuencias eran ignoradas, más que eso, sublimadas por escenas donde el sufrimiento, el dolor, la muerte, el trauma, no aparecían por ningún sitio sino más bien al contrario. Soldados que retornaban de la guerra con el mismo tupé con el que partieron, felices y sonrientes. Chicas con falda corta que se peleaban por el amor de esos jóvenes luchadores de la nación. Cómo decía: la idealización era una necesidad más que una cuestión artística. Recuperar la dignidad y la autoestima de un país inmerso en la II Guerra Mundial, en el que gran parte de la población masculina había partido para, en muchos casos, no volver jamás.
En la imagen, el jovencísimo Willie Gillis observa asombrado como dos hermosas mujeres se deshacen en atenciones hacia él. Las chicas son voluntarias de la USO —United States Organization— una organización de apoyo a los cuerpos armados de EEUU durante la II Guerra Mundial. Van vestidas decorosamente con sendos trajes rojo y azul, recordando los colores de la bandera americana. Ellas son América.
La imagen podría resumirse con este imperativo: Chico, alístate, ellas estarán a tu lado cuando vuelvas de la guerra, te tratarán como a un príncipe, te cuidaran, te adoraran, y América te tratará como lo que eres: un héroe de nuestra gran nación.
Visto así, estoy por alistarme yo misma.
Aunque la realidad fuera muy distinta, Rockwell —igual que hicieron muchos de sus colegas— se empeñó en dibujar una sociedad idealizada: la sociedad que los norteamericanos querían ver. Por eso, esta portada del Saturday Evening Post, fue además distribuida en lugares bien visibles como estaciones de bus y de tren, donde todo el mundo podía observarla y engullir su mensaje mientras esperaba el siguiente convoy.