El tiempo y las viejas
El tiempo también pinta.
Vistiendo como dos jovencitas, un par de momificadas ancianas (una rubia, otra morena) se miran a un espejo con la sardónica inscripción: Que tal?.
¿Qué tal? Pues hombre, muy mal. Estas señoras no parecen darse cuenta de su fealdad, con sus caras comidas por la edad y la sífilis. Dos grotescas figuras engañándose con vanidad ante un espejo, ignorando la fugacidad de la belleza, sin percatarse de la presencia a sus espaldas del Padre Tiempo.
Goya, con su mala hostia habitual, se pasa un poco de la raya pero vuelve a decir una verdad: por mucha joya que lleven, por mucho que vistan a la última moda francesa, por mucho potingue que se pongan en la cara, nada impedirá que el Tiempo las barra en breve con su escoba, pues ellas —como nosotros— no somos más que partículas de polvo. Vamos, la quintaesencia de la vanitas, con calavera y espejo incluidos.
En esos tiempos, a lo mejor Goya también se veía él viejo y ridículo mientras pintaba eso. ¿Para qué lo hacía? ¿Para quién? Nadie compraría jamás semejante oda a la fealdad pintada tan intencionadamente. Estas viejas son la antítesis de la belleza, que es precisamente el tipo de pintura que algún artista belga o alemán empezaría a hacer un siglo después, inaugurando el llamado expresionismo.
Una vez más, Goya se adelanta al arte.
Esta y otras obras son explicadas en mi libro «Francisco de Goya: El tiempo también pinta».
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O casi mejor, que os lo pidan en vuestra librería más cercana.
Bueno, perdón por el burdo spam...
¡Gracias!
Miguel Calvo Santos