Espíritu guardián de las aguas
Puro Noir.
Un tipo raro, Odilon Redon. Un perro verde.
Para empezar, su paleta: siempre le gustó el blanco y negro. El negro para él era «el príncipe de los colores». Y eso que en esa época (triunfaban los impresionistas), se llevaban todos los colores menos este.
Después, sus temas: la literatura (sobre todo Poe y Baudelaire), la historia, la mitología, la ciencia (¿a qué otro artista se le ocurrió pintar microscópicos gérmenes?). Llenos de imaginación, sus cuadros mezclan lo moderno y lo antiguo, la realidad y la ficción, el sueño y la vigilia, el consciente y el inconsciente.
Es el suyo un universo onírico, mitológico y ancestral.
El misterio fue su principal herramienta y como escapó del naturalismo de la época, fue un artista acostumbrado a la controversia. Ojos, insectos espíritus, arañas sonrientes… y cabezas cortadas.
Con su arte, pretendió hacer visible lo invisible. Odilon, como sus colegas simbolistas, prefería la visión a la vista. El mundo de las apariencias desaparece ante los más variados elementos que se animan y adquieren forma casi humana, convirtiéndose en pesadillas a veces.
Le gustaba sobre todo —cómo no— Francisco de Goya. Sus atormentados grabados le inspiraron a crear obras como esta, llenas de oscuridad y simbología. Una enorme cabeza con ojos saltones (marca de la casa), se aparece ante un barco. Es amenazante, pero su semblante es tranquilo. Un delicado halo la rodea, dándole «divinidad». Pese a la aparente amenaza, parece que va a proteger al barco.
Un sueño, un mito, una alucinación, una visión mística… El espíritu guardián de las aguas se anticipa claramente al Surrealismo del siglo XX.