Dientes de Berenice
Negro como la noche.
El terror. A finales del siglo XIX se pone de moda otra vez el terror, género que vuelve siempre con fuerza, que nunca se va del todo. Debe ser que nos encanta pasar miedo.
Odilon Redon siempre pasó de las modas. Lo suyo siempre había sido el terror. Lector voraz de autores como Edgar Allan Poe, amante de las imágenes más oscuras de Goya, Redon siempre se sintió a gusto entre las sombras. Recuerdo que sentía una profunda e inusual alegría al esconderme bajo las grandes cortinas y en los rincones oscuros de la casa.
Y qué mejor color para este género que el color negro. Redon lo consideraba «el príncipe de los colores», y eso que a finales del XIX, con los impresionistas ya en el tablero de juego, se usaban todos los colores menos el negro, que significaba precisamente la ausencia de luz.
En sus primeros años, Redon no usaba otro color. Ya fuera con carboncillo o con litografía, ese era el tono que más le interesaba. Además le daba ese «misterio» a sus obras. Para él, el negro era un agente del espíritu.
En negro decidió ilustrar uno de los cuentos mas terroríficos de su adorado Poe, el de Los dientes de Berenice. Un cuento tan sádico y horripilante que los lectores del periódico donde se publicó protestaron en masa al director.
En esta historia, Egaeus se prepara para casarse con su prima Berenice, pero empieza a deteriorarse poco a poco, hasta que la única parte de su cuerpo que parece permanecer viva son sus hermosos dientes, con los cuales Egaeus empieza a obsesionarse.
Al final (SPOILER), Egaeus aparece cubierto de sangre con artilugios de dentista y una cajita conteniendo 32 dientes (thirty-two small, white and ivory-looking substances). Berenice había sido enterrada viva… sin dientes.
Bonita historia, ¿verdad?. Muy del gusto de Redon, que acompaña aquí la fantasmagórica dentadura de Berenice junto a unos libros. Un uso muy artístico de una ortopantomografía. Un dibujo negro como la noche.
PD: Por cierto, hoy voy al dentista.