Expulsión de Adán y Eva del Paraíso terrenal
Nómadas.
[…]
Camminatore che vai
cercando la pace al crepuscolo
la troverai,
la troverai
alla fine della strada.
[…]
Come uno straniero
non sento legami di sentimento
e me ne andrò
dalle città,
nell’attesa del risveglio.
[…]
Forestiero che cerchi
la dimensione insondabile,
la troverai
fuori città,
alla fine della strada.
[…]
Caminante que vas
buscando la paz en el crepúsculo
la encontrarás,
la encontrarás
al final del camino.
[…]
Como un extranjero
no siento las ataduras del sentimiento,
y me iré
de la ciudad,
a la hora del despertar.
[…]
Forastero que buscas
la dimensión insondable,
la encontraras
fuera de la ciudad,
al final del camino.
Lo que acabas de leer lo escribió (y muchas veces lo cantó) el grandísimo Franco Battiato como promesa de perfección espiritual posible de alcanzar extramuros. Parece que esta lírica no convenció a la pareja primera cuyo deseo, obviamente, era el de habitar por siempre en aquel útero vegetal y protegido que era el jardín del Edén creado por su Dios y publicitado en el Génesis. La vida de «nómadas» —título de la canción— era lo último que Adán y Eva esperaban.
No nos sorprenda pues el desgarro que muestran al franquear la arquitectura almenada dirigiéndose hacia lo salvaje que significaba el destierro; porque eso es lo que son también: los primeros desterrados.
Masaccio jugó brillantemente con la asimilación de conceptos en su expulsión, asimilando la urbe —ese lugar de convivencia y relativa paz social entre urbanitas— con el espacio seguro y despreocupado del Paraíso. Convierte así, por contraste, al exterior en sinónimo de incertidumbre y peligro, perturbando e implicando al ciudadano florentino en un juego de claras y terribles significaciones, ya que el castigo teocrático podía tener su traslación en su realidad jurídica civil.
El destierro (castigo para los más variados delitos) conllevaba el abandono de la sociedad —es decir, alejarse de la vida civilizada—. La persona que lo sufría debía romper sus lazos familiares, perdía el derecho a auxilio y justicia, tampoco era lícito alimentarla o acogerla. Todo ello significaba una exposición a una muerte tan fácil como caprichosa, ya que su asesinato no sería entendido como tal y, además (para colmo cristiano), carecía del derecho a sepultura. Convertido en un errante, el desterrado malvivía refugiado en los bosques y áreas deshabitadas, estando su nomadismo perennemente asociado a lo delictivo.