Felipe IV de joven
El rey pasmado.
Velazquez pintó al rey Felipe IV —o a su familia— hasta la extenuación… con armadura, a caballo, cazando, con bigotes, de un perfil, del otro… Y siempre, siempre con esa cara de Habsburgo redomado: tez pálida, labio belfo y prominente, pelo de oro cansado, y en su mirada ausente, ojos de un azul cobarde [1]. Es lo que tiene mezclar tíos y sobrinas, primos y demás uniones endogámicas… el linaje se va resintiendo. Y además, representa todo un reflejo de la decadencia del Imperio Español (de hecho, con su hijo Carlos II se acabarían los Austrias). Aún así, no volvió a haber en España mejor época para las letras y las artes.
Este es uno de los numerosos retratos que el genio hizo del monarca, y quizás uno de los primeros, cuando el rey era todavía joven. Digamos lo que sea de Felipe IV, pero hay que reconocer que era un amante del arte (incluso hizo sus pinitos como poeta), y evidentemente vio un talento descomunal en Velázquez y lo protegió bajo su mecenazgo durante nada menos que 40 años. Normal que lo pintara tantas veces.
Existe la anécdota, más leyenda urbana que otra cosa, de que Felipe fue visto hablando con un autorretrato de Velázquez como si fuera una persona de carne y hueso, lo que nos da una idea, por un lado del realismo con el que pintaba el artista (como podemos ver en la imagen), y por otro, de las pocas luces que tenía el monarca en ocasiones.
Además de las artes, al rey le gustaba cazar y sobre todo las mujeres (el típico monarca español, vaya). Se dice que era adicto al sexo y que tuvo al menos 30 hijos oficiales y no oficiales, e incluso era muy normal verlo en prostíbulos. Pero entre tanta follambre, la otra mitad del tiempo se lo pasaba en confesionarios, contándole sus pecados a un cura, reconcomido por la culpa. Lo de gobernar, se lo dejaba a su valido, el célebre conde-duque de Olivares, quizás el tío con más poder de la historia de España, por supuesto también retratado por Velázquez.