Friso de Beethoven
Oda a la alegría.
Concebido como un homenaje al compositor Ludwig van Beethoven (1770–1827) —y su Sinfonía n. º 9—, el Friso se instaló en una de las salas principales del Pabellón de la Secesión vienesa, con motivo de su XIV Exposición, en 1902.
El mural, de treinta y cuatro metros de largo, cuenta la historia de cómo la Humanidad consiguió alcanzar la felicidad tras enfrentarse a distintas adversidades. La narración da comienzo con un personaje al que conocemos como «el Fuerte» (el caballero de armadura dorada), acompañado de la Ambición y la Compasión. Arrodillada junto a él, la Humanidad, encarnada en figuras escuálidas y demacradas que buscan la protección del paladín.
En la parte central del Friso se encuentran las Fuerzas del Mal. Tifón, una horrible y descomunal bestia mitológica, ocupa el lugar principal, dando cobijo bajo sus enormes alas verdes a las hermanas Gorgonas y a toda una miríada de tentaciones y calamidades: la Lujuria, la Enfermedad, la Desmesura, la Impudicia, la Locura, la Muerte, la Pena…
Ya en el tramo final de la obra vemos flotando distintos «genios», una especie de ángeles, que llevan consigo a una dama dorada que toca una enorme lira, y es que este es el modo en que los hombres conseguirán vencer a sus enemigos: mediante las Artes y la Belleza. La Humanidad se funde en un tierno beso tras obtener la victoria, en una imagen que encaja a la perfección con el movimiento más famoso de la Sinfonía n. º 9, popularmente conocido como «Oda a la Alegría».
Klimt logró, con el genio que caracterizó toda su producción, aunar el ornamento modernista, el erotismo, el realismo y los motivos mitológicos clásicos para crear una obra de arte prácticamente total, en la que todas las disciplinas artísticas se unieran para llevarle a la Humanidad la Felicidad y el Amor.