Fusilamiento de Torrijos
Obras maestra de la pintura histórica española.
Corrían malos tiempos para los liberales en la España de principios del siglo XIX. A pesar de los vientos ilustrados que desde hacía un siglo refrescaban Europa, el país (Inquisición mediante) se había quedado un pelín atrasado en este sentido. Por ello, cuando en la mayoría de los países europeos ya se fraguaban las futuras monarquías parlamentarias, en España aún teníamos a un rey absolutista, de los de aquí mando yo, y punto: el históricamente aborrecido Fernando VII.
El cuadro que nos ocupa se pintó medio siglo después de los hechos que cuenta. En 1831, el general liberal Jose María Torrijos y sus compañeros fueron fusilados en las playas de Málaga, acusados de traición a la corona. Menudo era Fernandito; cómo iba a dejar que alguien le cuestionara su derecho divino a reinar. El caso es que, en 1886, Antonio Gisbert, pintor historicista español, recibió del Museo del Prado el encargo de pintar un cuadro que conmemorara el 70 aniversario de la pinacoteca. Gisbert presentó en 1889, el año del aniversario, un enorme lienzo que representaba justo el momento en que Torrijos y compañía eran asesinados en la playa. El cuadro causó verdadera sensación. Aún estaban muy presentes las guerras carlistas en el corazón de la gente, y muchos de ellos, los más ancianos, recordaban a ese rey felón que cercenó el liberalismo como si fuera una peligrosa gangrena. Pronto, la obra se transformó en símbolo, al igual que sus protagonistas.
A nivel formal, Gisbert dispuso la composición a modo de instantánea fotográfica. Parece que hayamos captado un momento muy preciso de la escena, congelado en el tiempo. Los cadáveres desubicados en primer término nos hacen aún más partícipes de lo que sucede, pues parece talmente que nos encontremos en ese instante y en ese lugar. La paleta de Gisbert es sobria y solemne, sin estridencias. El cuadro no sobrecoge por su dramatismo, sino por todo lo contrario; por su contenida y grave serenidad.