Inocencio X
Para muchos, el mejor retrato de la historia.
Cuando descubrí esta obra en los libros, no tuve duda, tenía que verla, situarme frente a ella y comprobar si la mirada inquietante de Inocencio X traspasaba la pintura y llegaba a mi persona. Tras un primer intento fallido, conseguí estar delante del cuadro y todas las expectativas se quedaron cortas.
Inocencio X luce real, turbador, inteligente. Su mirada te persigue. Velázquez, genio de la pintura barroca española del Siglo de Oro, muestra en esta obra realizada en su madurez, una técnica impecable. Con una pincelada suelta retrata al pontífice con gran realismo, le sitúa en una postura natural, de medio cuerpo, sentado y girado hacia el que le observa. El artista se vale de los nuevos procedimientos artísticos y del conocimiento de los pigmentos para, de forma decidida, utilizar diferentes tonos de rojo en el sillón, el cortinaje del fondo y parte del ropaje del retratado, así como veladuras y texturas que consiguen un efecto lumínico de forma magistral.
Aunque se abandona el tenebrismo, se siguen marcando los contrastes entre luces y sombras. Pero además del dominio del color que muestra Velázquez, lo más característico de este retrato es el impacto psicológico que produce al verlo. La figura no expresa movimiento, pero a la vez no es estático, tiene vida, ofrece una conexión con el espectador que se ve atraído por los ojos del papa que muestran el alma. Un momento íntimo, un impacto emocional que no te deja indiferente. El artista consigue, sin un detallismo extremo, que el espectador termine el cuadro en su cabeza, idea que luego desarrollaran los impresionistas para los que Velázquez fue un referente.