Jarrón de flores
Un primaveral mensaje cristiano.
Este espectacular jarrón con flores fue pintado en el siglo XVII por la prodigiosa mano de Jan Davidsz.de Heem, probablemente el pintor que llevó hasta su más alta cumbre este precioso género de representación floral.
Tres son las tradiciones que confluyen y perviven en él: una religiosa, que desde la iluminación de los libros de horas medievales dotará a las flores de un profundo simbolismo cristiano; otra naturalista que a partir del renacimiento dará lugar a cuidados manuales de botánica ilustrados cada vez con más realismo; y otra teórico-estética, cultivada también durante el renacimiento, que hará prevalecer el ideal humanista del arte como algo que además de perfección técnica debía poseer también un alto contenido espiritual. [1]
Realismo naturalista y espiritualidad cristiana se conjugarán de este modo en la obra de Heem, la cual llegó a destacarse, entre otras cosas, por continuar con maestría estas tradiciones sin dejar por ello de introducir renovaciones originales.
Además del minucioso estudio que hay detrás de cada elemento (hágase zoom para apreciar cada detalle), así como de la difícil y delicada atmósfera que consigue crear a su alrededor provocando ese estimado efecto visual del still-life; los jarrones que compone Heem estarán cargados también de un fuerte simbolismo religioso, que en la línea del catolicismo, transmitirán siempre el mensaje sobre la futilidad de la vida terrena indisociablemente acompañado del de esperanza de salvación en la vida eterna.
Contraposición brillante de la retórica barroca, fragilidad y belleza, consciencia de la finitud y anhelo de eternidad, se reunirán así en ramos como este. Donde para enfatizar dicho mensaje Heem se sirvió intencionadamente de todos y cada uno de los elementos que lo componen.
Desde la cruz de la ventana reflejada en cristal del jarrón, alusión a Cristo como luz y fuente de vida nueva, hasta el resto de flores y pequeños animales e insectos que brotan de él. Como las mariposas, símbolos de la resurrección, del deseo místico de deshacerse de la propia nada para transformarse en Dios. Los caracoles, del recogimiento necesario para la vida de oración. Las campanillas azules o «glorias de la mañana», de la esperanza cristiana en la gloria futura. Las espigas de trigo, esenciales en sus composiciones, recordatorios tanto del pan eucarístico como de la enseñanza evangélica sobre la necesidad de que el grano caiga en la tierra y muera para poder renacer y dar fruto. Las rosas, símbolos de la Pasión de Cristo, del mártir cristiano, «rosa entre espinas». Los famosos y carísimos tulipanes de la variedad «Semper Augustus», integrados también como símbolos del eterno esplendor de la gloria divina. O el clavel blanco que atraviesa el centro de la composición y la corona, símbolo por excelencia del amor puro, de la caridad cristiana o anhelo espiritual del que trascendiendo los bienes y riquezas de la creación, no descansa en la belleza de estos dones sino en la del amor con que son ofrecidos.