Joven cordobesa recostada en una puerta
La mirada de Andalucía.
Una mirada andaluza en la penumbra de la noche, con la plaza del pueblo vacía al fondo. Esta cordobesa de carne morena, moldeada en un aire de caricia, de suspiro y aroma, nos mira, recostada en la puerta, con su larga y negra trenza. Como un arquetipo nos mira, mezcla de tantas mujeres como un pintor decimonónico podría soportar.
Nos mira como una Judith, esa santa musa del patriarcado simbolista, o quizás como una de esas vividoras del amor que Romero de Torres tan bien comprendió, apoyó y denunció (sin llegar nunca a juzgarlas a ellas). O todo lo contrario: la mirada de esta cordobesa puede estar desprovista de todo erotismo, y solo evocar ensoñación y poesía.
A lo mejor nos mira como una Virgen, en una de esas imágenes de retablo, entre lo austero y lo barroco, oscurecido por los barnices y las penumbras del templo, iluminada a penas por velas.
O quizás simplemente nos mira como otra de sus andaluzas insultantemente morenas, liberadas, realizadas, emancipadas. Mujeres reales o fantasías de un pintor de pincel erecto, pero mujeres, que aparecen en casi el 100% de la obra de Julio Romero de Torres.
Una obra, por cierto, fácilmente tachable de populachera y excesivamente castiza. Quizás ahí radique su encanto.