La edad madura
Preludio del abandono de Camille Claudel.
En las entrañas del Musée d’Orsay en París se respira sutilmente una desesperación implorante. Esa eterna súplica es La Edad Madura, un conjunto escultórico de bronce moldeado a yeso y a lágrimas por Camille Claudel.
Moldeó una figura varonil, un cuerpo amado con su brazo estirado retrasando la inminente partida; el cuerpo de Rodin (1840–1917). A sus pies, un cuerpo femenino y delicado, lleno de vida, pero desecho de pasión con los brazos alzados intentando detener la marcha. Es una obra de Camille, un autorretrato premonitorio de su olvido y abandono en un sanatorio durante treinta años.
La última figura permanece amenazante, semioculta, es la de una anciana surcada de arrugas; Rose Beuret, esposa de Rodin. Sus mandíbulas como tenazas acechantes marcan la rendición de la carne en el tiempo, unos brazos y un rostro flácido, decadente. A la anciana se le intuye un cuerpo delgado, decrépito, marchito, una invitación a la muerte. Ella, agarra la figura del hombre. Rose; la cruel ganadora.
Camille Claudel, una artista precoz que a los diecinueve años entra en el estudio de Auguste Rodin en Paris en calidad de modelo y alumna. Pronto colabora en obras de la magnitud de El Pensador para el tímpano de La Puerta del Infierno entre otros trabajos. Mantiene un idilio de quince años con su maestro, lo que degenera en crisis obsesivas por celos. La Edad Madura es un crisol de sentimientos y simbolismo que recuerda a Noli me Tangere de Sandro Botticelli, en el que María Magdalena arrodillada ante Jesús le implora con adoración tocar al maestro.
La Edad Madura, tres edades, tres maneras de sentir. Un sentimiento que va mas allá de la piel, del ser… La implorante, un sacrificio por amor, el horror al abandono, y la rendición de la voluntad.
“Mi hermana Camille, implorante, humillada de rodillas, está soberbia, está orgullosa, y sabe lo que se desprende de ella, en ese mismo momento, delante de su mirada, es su alma”.
Paul Claudel.