La Goulue entrando en el Moulin Rouge
Lautrec retrata a la diva en la cúspide de su gloria.
Nadie como Henri de Toulouse-Lautrec para plasmar la vida nocturna de aquel París de fin du siècle. Más concretamente, las noches desenfrenadas, bañadas de sexo y alcohol, del barrio canalla por excelencia de la época: la colina de Montmartre. Sembrado de cafés y cabarés, pero también de prostitución, drogas y pobreza, la barriada que había surgido a los pies de la Butte empezó a poblarse de artistas bohemios que deseaban escapar del ambiente encorsetado de la burguesía parisina. Lautrec, llegado a la capital francesa en 1881, se instala en Montmartre cinco años después. En 1889 el Moulin Rouge abre sus puertas y, con ellas, todo un mundo de inspiración y fantasía para el artista.
La Goulue (1866–1929), cuyo verdadero nombre era Louise Weber, fue una de las estrellas más rutilantes del cabaré. Era conocida por sus contorneos impúdicos, sus bailes alocados y su descaro sin límites, que la llevaba a beberse las copas de los clientes mientras ejecutaba sus piruetas. Sin embargo, este detalle no solo no molestaba a los asiduos y a los curiosos; de hecho, era coreado con vítores y aplausos. Su pareja habitual de performance era Valentin le Désossé (literalmente, Valentín el Deshuesado), apodado así por su extraordinaria flexibilidad, casi cercana al contorsionismo. Una sincera amistad la unía con Lautrec, que la usó de modelo para muchas de sus pinturas y dibujos.
En este caso, La Goulue se nos aparece erguida y segura de sí misma, con un escotadísimo vestido blanco, su característico moño de torre y escoltada por dos mujeres. Una de ellas, al parecer, era su amante (La Goulue era golosa para todos, tanto hombres como mujeres). Los personajes cortados, habituales en la obra de Lautrec, acentúan la sensación fotográfica de la escena. Es indudable la influencia que la fotografía tuvo en los artistas de su generación; sin embargo, no podemos olvidarnos del enorme influjo de las estampas japonesas, en concreto, de las llamadas Ukiyo-e. De ellas toma Lautrec el dibujo lineal y rotundo y los colores planos.
A pesar de que la bailarina parece desplegar toda su arrogancia, es inevitable captar en su figura un atisbo de decadencia y declive. Los personajes de Lautrec tienen a menudo un aire de caricatura, casi de burla. ¿Quizá un reflejo de su propio tormento interior, al saberse diferente? De cualquier manera, en el caso de La Goulue, parecía casi una profecía: la mujer acabó sus días en la casi en la indigencia, en un hospital de París.