Intérieur
(la violación)
De soplos cansados desde el interior: Degas nos muestra una inminente violación.
Cuando Intérieur, de Degas, regresa a París después de una estadía más o menos larga en Estados Unidos, despierta nuevamente la curiosidad de sus amigos más cercanos. En ese entonces, la pintura costumbrista había visto su renacer: el preciosismo y la prevalencia del detalle minucioso parecían encontrar nuevamente su epítome entre las preferencias de los artistas de finales del siglo XIX, y este cuadro no falta a estos estándares. Muestra una escena íntima, dentro de cuatro paredes, en donde se muestran dos personajes contrapuestos: una mujer, sentada de espaldas del lado izquierdo, y un hombre, parado a la puerta del otro lado.
Sin embargo, hay algo profundamente perturbador en esta escena doméstica: algo que impone un matiz imponente, agresivo, de una violencia contenida que pudiera implotar en cualquier momento. Hay cierta teatralidad que amedrenta al espectador, que lo mantiene congelado en la mirada de la figura masculina a la derecha: la luz está reflejada sutilmente en la parte anterior el personaje, mientras que ejerce una sombra poderosa sobre el rostro de la mujer, que está sentada al otro extremo del cuadro. Se ilumina fuertemente, sin embargo, la espalda medio descubierta: el vestido está cayéndosele, como una extensión de su alma abatida, mientras que él la observa con la mirada ácida y la postura vigorosa.
No puede dejar de sorprenderme la elegancia con la que Degas disfraza una denuncia de género: una pintura costumbrista que refleja los usos de la época, que necesariamente implica una relación vertical de la figura masculina hacia la experiencia de la feminidad. El manejo de la luz es asertivo, y da a conocer una cara de la realidad que nadie quiere mostrar. Es crudo, es acusatorio: es una delación sutil, pero efectiva. El cuadro manifiesta un clima de época que no se quiere ver, una furia contenida que se devela por partes, por soplos cansados de una minoría socavada, desde el interior.