Edgar Degas
Francia, 1834–1917
Pintor y escultor, maestro del pastel y obsesionado por la danza (o más bien por las bailarinas) fue uno de los más célebres artistas vinculados al impresionismo, aunque a decir verdad, se veía a sí mismo como un realista y para él, la verdadera belleza radicaba en el dibujo acabado (de Ingres), algo verdaderamente anti-impresionista. Tampoco le interesó nunca el paisaje como al resto de impresionistas (de hecho, prefiería los interiores) y se dedicó casi exclusivamente al estudio del cuerpo humano.
Por supuesto, convivió con el resto de artistas del movimiento y compartió con ellos no sólo juergas, cenas y borracheras, sino también el amor por los grabados japoneses y por la fotografía (de ahí su eliminación del encuadre tradicional) que dotaban al arte de la época una instantaneidad tan moderna como inusual.
A Degas le interesó ante todo captar el movimiento, y esto se ve tanto en sus pinturas y dibujos de bailarinas como en sus esculturas, de la misma temática, en la que intentó atrapar las posturas de sus modelos de la forma más natural y «fotográfica».
Parisino de toda la vida, pudo dedicarse al arte con la ayuda del dinero familiar (banqueros). Se dice que tenía un agudo ingenio, llegando a veces a rozar la crueldad. Muchos afirmaron que era un misántropo muy maniático. Soltero empedernido, fue conservador en cuanto a lo político, oponiéndose a toda reforma social. Incluso es famoso su anti-semitismo, estimulado por el Caso Dreyfus que dividió París a finales del XIX.
En la década de 1880, empezó a perder visión y decidió centrarse en la escultura y el pastel, que requerían menos agudeza visual, aunque era de todos sabido que fingía estar más ciego de lo que realmente estaba para no tener que saludar a la gente que le caía mal. Con la edad se fue recluyendo más y más y acabó sus días ciego, sólo y no demasiado valorado por los jóvenes artistas que vivían en París en 1917.
Como suele suceder, Degas sólo fue reivindicado tras su muerte.