Melancolía
Degas examina de cerca la naturaleza humana a través del retrato.
Un cuadro melancólico, sin duda. Un pequeñísimo lienzo de apenas el tamaño de un folio, pero cargado de una expresividad y una emoción que quizás sólo se pueda transmitir en dosis pequeñas.
La emoción se sale del lienzo, se palpa. Una sensación, por supuesto melancólica. La mujer del cuadro está sufriendo y se le nota. Parece que le duele la barriga, pues sus manos la agarran sobre el brazo de la butaca, y su rostro lo dice todo: los ojos cerrados, la boca a medio abrir… El resto de la pintura está a medio acabar, sobre todo en ese fondo difuso pero que da las suficientes pistas como para ubicarnos en la habitación, teñida con un cromatismo rojizo oscuro acorde al título del cuadro.
Una melancólica diagonal divide el lienzo en dos partes: una luminosa y la otra más oscura, dos sectores que ayudan a complementar esa espectacular iluminación que sólo un impresionista como Degas podría lograr.
La luz es quizás lo más bello del cuadro, y transmite esa agridulce sensación de la melancolía, la división entre la pena más oscura y la luz de la esperanza que está ahí siempre. Como decía el escritor Victor Hugo: la melancolía es la felicidad de estar triste.