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Planchadoras
Lo pictórico que es el trabajo duro.
Degas muestra a la clase trabajadora del siglo XIX, en concreto a la clase trabajadora femenina, doblemente puteada. Sólo Daumier se había interesado por un tema así.
En París proliferaban las lavanderías, que empleaban aproximadamente al 25% de la fuerza laboral femenina. Mujeres de todas las edades haciendo horas y horas muertas de calor, cansancio y toxicidad en el ambiente industrial urbano.
Degas, todo un pijo, las veía cuando caminaba por la calle, y se sentía fascinado por lo pictórico que puede ser el trabajo duro. Las observaba semidesnudas por las altas temperaturas, bostezando de sueño y en posturas venenosas que acabarían con cualquier espalda en pocas horas.
Pero las pinta tan bien, con tal delicadeza, imitando la piel, sugiriendo efluvios de vapor, sudor y fatiga, que como un alquimista es capaz de convertir algo como la humanidad en arte.
Y tal fue su fascinación que durante años Degas pintó varias versiones sobre una composición muy parecida, con una planchadora bostezando y la otra encorvada.
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Edgar Degas
Repasseuses
(1884–1886)
Óleo sobre tela, 76 x 81,4 cm.
Musée d’Orsay, París.
Pero nos quedamos con esta, la más granulada, la más rudimentaria, la más abocetada —y paradójicamente la más completa—, ya que es capaz de retratar con escasas y aparentemente descuidadas pinceladas todo un momento histórico, social y cultural. Un momento, el industrial, que tiene ecos a lo largo de toda la historia de la humanidad.
Parece captar la gran putada que es tener que ir a trabajar como única alternativa a morirse de hambre.