La virgen
El Klimt más maduro.
El viejo Klimt cohabita con las vanguardias al final de sus días y pinta obras tan coloridas como esta, con un marcado picado (punto de vista de arriba a abajo) que nos presenta una amalgama de cuerpos y telas ensamblados en esta unidad pictórica, siguiendo fiel a su estilo ornamental hasta el mareo, con flores, espurales y demás motivos orgánicos que se confunden con las pálidas carnes.
La Virgen duerme feliz en su manta floreada, rodeada de más mujeres en esta isla femenina entre el sueño y la vigilia. Color y movimiento para representar —quizás— el despertar sexual de la pubertad, como una mariposa multicolor que extiende sus alas tras una metamorfosis dejando de ser una crisálida.
Klimt vuelve a la carga con su tema recurrente: la figura femenina, desnuda o vestida, con los ojos cerrados o mirándonos directamente, y por supuesto lo vuelve a hacer sin trazar ni una puñetera línea recta en todo el lienzo. No existe tal cosa como la línea recta en la naturaleza o en el cuerpo humano femenino.
Klimt no abandona su inconfundible estilo decorativo, pero de alguna manera adopta ciertas características del expresionismo que estaban haciendo sus alumnos aventajados como Schiele o Kokoschka, tales como los coloridos vivos o la tosca pincelada.