Lamentación sobre Cristo muerto
Acentos de oro
Viendo Lamentación sobre Cristo muerto de Giotto, no pueden dejarse de ver las caritas desgarradas de los ángeles que sobrevuelan la escena trágica. Se quitan el cabello del rostro, se aprietan las mejillas en angustia, se cubren los ojos con las telas de sus túnicas tal vez demasiado grandes para sus cuerpecitos alados, vuelven la cara a las alturas con la expresión desfigurada en una súplica, que no parece encontar oídos que la atienda. Ni siquiera María es tan dinámica. Ella parece solidificarse en la congoja de una situación inasible: ésa del dolor inconmensurable de la madre que sostiene el cadáver de su hijo en brazos, sin poder hacer nada al respecto, pues nada hay que hacer.
Sin embargo, llama la atención que el artista haya hecho tanto énfasis en los gestos de cada uno de los personajes, como si la escena hubiese explotado en una catarsis inexorable. Tuvo incluso el cuidado de poner un acento rojizo en las narices de las mujeres, como en ese estado en el que la zozobra ha dominado ya al cuerpo, y se hace manifiesta incluso en la piel y en los gestos corporales de las personas. Los presentes ya han alcanzado ese estadio de la pena: aquel que no permite asimilar el golpe todavía, como en la confusión aún de algo que no se quiere aceptar, pero es inevitable y evidente ante los ojos. El único que parece mantener la ecuanimidad es José de Arimatea, que se irgue hecho a un lado, como si no quisiera importunar el dolor de los demás.
Es el momento en el que Jesús ha sido descendido de la cruz. Los colores enfatizan la conmoción del momento, pero no disipan el aplomo que azota a los personajes. Giotto juega con estos dos extremos en principio dicotómicos: el de los colores ácidos y el de la escena lúgubre, que parecen no cancelarse ni contrarrestarse entre sí. Por el contrario, generan una imagen dura a la vista, que evidencia la intención autoral de generar confusión y angustia en el espectador. Acentos de oro que anuncian un desenlace luminoso, pero que no perdonan la gravedad de un momento de muerte.