Los 62 miembros del Club Mickey en 1955
Imagen general de una juventud.
Este maravilloso trabajo de Boltanski es una de sus primeras obras por las que empezó a ser conocido a principios de los 70. Se trata de un conjunto de imágenes en blanco y negro de los participantes de un popular programa de televisión. Reflexiona acerca de la infancia, de la inocencia además de destacar, mediante la disposición de las fotografías, todas juntas, la idea de que cada individuo es único pero, al mismo tiempo, se disuelve en una masa uniforme. Este tema es recurrente en su obra y otros trabajos como Gymnasium chases (1991) o La escuela judía (1992) son ejemplos de ello.
El Club Mickey Mouse surge en los años 30 del siglo XX en colaboración con fabricantes de juguetes y propietarios de grandes almacenes, donde se adquirían las tarjetas de pertenencia al club. Se pretendía impulsar audiencias y ventas al mismo tiempo. A través de este club se realizaban, por ejemplo, concursos de talento. Al final de la década contaba ya con unos 200.000 miembros. La historia siguió, como ya sabemos, adquiriendo dimensiones tan colosales que, probablemente, no haya un lugar en la Tierra donde no sepan quién es el puñetero ratón.
En 1991, Boltanski dio a este trabajo formato de libro colocando cuidadosamente las fotografías de jóvenes suscriptores de la revista posando en sus actividades diarias.
A través de The Mickey Mouse Club, el artista explora el tema de la memoria colectiva: las fotografías aparecen, no tanto como los retratos personales, sino como la imagen general de la juventud. La catalogación de Boltanski de estos rostros, así como muchos de sus números de membresía en el Mickey Mouse Club, revela su propia fascinación por la memoria y cómo construimos el pasado.
Este trabajo del genial artista es una excelente muestra de su modus operandi: trabaja dando una segunda vida a las cosas, ya sea con fotografías de revistas de crónicas, archivos, la ropa como presencia del cuerpo ausente… Boltanski nos hace recordar a aquellos desaparecidos de los que no hablan los libros, lo que él llama «pequeñas memorias», los signos que emplea son tan cotidianos que crean en nosotros una empatía inmediata.