Los picapedreros
I Yabba-Dabba Do!
¿Qué es el trabajo? Si te gusta lo que haces, es un placer, una bendición. Si no, es picar piedra como estos pobres tipos sin rostro. Algo tan absurdo y aburrido como es convertir piedras grandes en piedras pequeñas.
¿Para qué lo hacemos? Por el salario, naturalmente. Mira si será malo el trabajo, que deben pagarte para que lo hagas… Lo suficiente para que te alimentes para volver mañana. ¿Compensa esta recompensa? ¿Merece la pena perder un tercio de tu vida a cambio de unos billetes, romperte la espalda subiendo bombonas de butano a un cuarto piso, marchitarte en una kafkiana oficina…?
En una sociedad como la actual, lo lógico es que trabajen las máquinas, y que el ser humano se dedique en exclusiva al ocio, a llegar más allá en las artes, las ciencias. En ser felices.
Sin embargo, la gran mayoría de la población mundial se pasa sus ocho horas —o más— picando piedras literal o metafóricamente, pensando en un mañana que quizás no llegue. Dignidad, le llaman algunos. Esclavitud, según otros.
Algo entre la dignidad y la esclavitud retrata aquí Courbet, que muestra —por primera vez en el arte— a la clase obrera en plena faena. Eliminando toda idealización típica del Academicismo burgués, Courbet opta por denunciar las condiciones infrahumanas de explotación del hombre por el hombre, que parecen decimonónicas pero no pueden seguir más vigentes. Aún así, la obra rezuma humanidad.
A escala humana real, dos hombres, un viejo y un joven —quizás la misma persona, un presente y un futuro condenados a ser iguales-— visten harapos y destrozan sus cuerpos con esfuerzos terroríficos. Quizás Courbet nos pone un espejo delante.
«Los Rompepiedras [… ] claman con sus harapos venganza contra el arte y la sociedad»
Émile Zola (1865)
Por cierto, este cuadro fue destruido durante el bombardeo de Dresde en febrero de 1945.