Majas en el balcón

Goya pinta a dos majas con sus mejores galas asomándose al balcón y cuchicheando entre ellas. Es probable que el pintor conociera la obra de Murillo, Mujeres en la ventana y quisiera actualizar ese concepto a su época.

Al parecer, en esos tiempos pretéritos, mostrarse en balcones y ventanas era una forma de exhibirse las prostitutas. ​Un viejo —y machista— refrán rezaba La mujer en el balcón busca su perdición, y Goya, crítico como era con la sociedad de su época, retrata a estas dos damas que nos miran directamente, quizás mostrando la vida en los bajos fondos madrileños (no era la primera vez que representaba putas y proxenetas), quizás diciendo que no hay nada de malo salir a un balcón enseñando un poco de escote, o quizás —conociendo al artista— retratando a dos nobles disfrazadas como majas (algo muy de moda en la época, gracias a la duquesa de Alba), que se distraen contemplando al pueblo llano. Así eran los placeres de la aristocracia madrileña aburrida a principios del XIX.

Fuera cual fuera el mensaje de este cuadro, y a pesar de la característica ambigüedad del artista, no se pueden obviar esas dos intimidantes figuras masculinas al fondo, que no se sabe si protegen a las damas o las amenazan, transmitiendo esa oscuridad siempre presente en el artista al haberse quedado sordo.

Y hay que desatacar, por supuesto, esa balaustrada, un trampantojo que divide la pintura a la mitad y con el que Goya fabrica un espacio, como separando conceptualmente la pintura de la realidad. Un balcón es, después de todo, esa frontera de un espacio privado abierto al público, un punto de encuentro entre la intimidad del hogar y el mundo exterior.