Manicomio
Cada loco con su tema.
Con una obra como esta, Hogarth introduce dos importantes innovaciones:
En primer lugar, forma parte de una serie de ocho pinturas (The Rake’s Progress) que forman una secuencia narrativa, algo así como un cómic. La serie cuenta la historia de un libertino llamado Tom Rakewell, que dilapida toda su fortuna en apuestas, prostitución y lujos caros, y —perdón por el spoiler— acaba fatal: en un psiquiátrico del siglo XVIII, que es precisamente donde lo vemos en la última pintura de la serie, la que tenéis en la imagen.
Un manicomio dieciochesco no era precisamente el paraíso en la tierra y Hogarth recrea muy bien el ambiente delirante donde la luz no entra del todo, y donde está cada loco con su tema. Puede recordar a pinturas de temática similar realizadas por Goya (Casa de locos o Corral de locos), pero lo cierto es que las de Goya son muy posteriores: Hogarth se adelantó. Sabemos que el aragonés conocía muy bien la obra del inglés.
La segunda innovación es que Hogarth quiso vender esta serie de pinturas como grabados, impresiones que la gente podía comprar y coleccionar. Y de hecho, The Rake’s Progress tuvo un extraordinario éxito: se hicieron muchísimos ejemplares y se vendieron como rosquillas. Tanta acogida tuvo, que hasta floreció una pequeña industria de piratería que copiaban estas imágenes sin contar con Hogarth. Por culpa de esto, el artista impulsó la primera Ley de derechos de autor (la Copyright Act o la Ley de Hogarth, que protegía por primera vez a un artista.
Pero volvamos a la octava y última escena de A Rake’s Progress, titulada The Mad House o Bedlam.
Tom, el protagonista, está en primer plano, medio tapado con una sábana y encadenado. Después de intentarse quitar la vida, Tom es inmovilizado por dos guardias. Sarah llora a su lado, y el guardia de casaca roja parece más interesado en Sarah que en Tom.
Y alrededor de estas tres figuras aparecen todo tipo de personajes en todo tipo de actitudes: un hombre que se cree el mismísimo Papa, un violinista con la partitura sobre la cabeza, un hombre que ha enloquecido de amor portando una imagen de su amada en miniatura, un sastre tomando medidas a un cliente imaginario, uno que se cree astrónomo y mira por un rollo de papel a modo de telescopio…En la celda 55, un tío desnudo está meando contra la pared. Tiene una corona de paja y un palo como cetro. Se cree que es el rey. En la 54 otro tío está rezando de manera desencajada. Es un fanático religioso
Y las peores locas de todas, que Hogarth no duda en iluminar: dos damas de alta alcurnia, muy elegantemente vestidas, que van a ese lugar a curiosear y reírse de los enfermos. En esos años, estaba de moda pagar para visitar lugares como Bedlam para ver un espectáculo de hombres y mujeres enajenados.
Y entre las penumbras, se juntan otras formas fantasmagóricas que dan a la pintura un ambiente pesadillesco. Efectivamente, Goya tomaría buena nota del arte y las innovaciones de Hogarth.