María
Retrato inacabado.
Estamos ante una de las obras de Antonio López que, a primera vista, podríamos considerarlas como representativas de su estilo hiperrealista. María, su hija mayor, posa con diez años allá por el año 1972. Todos los que hemos vivido esa época, podemos recordar ese abrigo que lleva la hija del pintor. Todos los que somos coetáneos de María, hemos tenido una de esas prendas: «Abrigo de paño», como la llamaban entonces. Un compañero que iba contigo durante toda la temporada de frío. Los botones se los han abrochado hasta arriba. Seguramente hacía frío en el momento en el que el padre comenzó a retratar a su primogénita. Lo que no recuerda el pintor es cuándo fue la última vez que pudo usar el lápiz en este dibujo, ya que sus procesos pueden ser muy largos.
Una vez más, el trabajo metódico de Antonio López queda reflejado en este dibujo. Imaginemos al artista, lápiz en mano, después de haber hecho pasar a su hija de apenas diez años por todos los prolegómenos que son parte indispensable de su proceso hiperrealista (posar en el mismo y exacto lugar, con el mismo y exactamente igual cerrado abrigo, con el mismo pelo recogido) días y días seguidos. López lo reconoce: cuando retrata, sea lo que sea, se pierde intentando representar lo que tiene delante, quiere ser lo más fiel posible a la realidad.
En este caso, la diferencia no la dictó el pintor, sino la personita que tenía delante, María. Frente a la mayoría de los artistas hiperrealistas, López no trabaja con fotografías, sino que dibuja directamente, con modelo en vivo. Pero cuando la modelo es la hija, cuando María no ve al gran artista, sino a su padre, la paciencia tiene un límite y la niña se cansó de posar tantas jornadas seguidas. El dibujo quedó inacabado.
Gracias a esta rabieta de niña de diez años, el dibujo de López nos regala una obra que sobrevuela la realidad. Las manos se desdibujan, el fondo se difumina, la mirada de María se vela como si de una fotografía antigua se tratase. El tiempo se ha quedado suspendido y el hiperrealismo de otros cuadros del artista da lugar a un algo en potencia. Después de mirar y mirar y remirar a María, uno puede llegar a abstraer una idea. Este concepto se eleva por encima de la pieza: María nos habla de esa inocencia que se irá con el paso de los años, y que, sin embargo, es un proceso natural que, según cómo lo vivamos, puede ser incluso digno de dibujar. Porque, a fin de cuentas, como nos dice el propio Antonio López: La soledad es enorme. Todo queda en silencio. Un silencio muy tangible. Muy material. A mí me emociona.