Más horas de amor de las que se pueden pagar
Una pintura a base de muñecos de trapo.
Una sucesión de muñecos infantiles de trapo, en los que Kelley no veía juguetes inofensivos sino «una proyección de la perfección cristiana, asexuada, limpia e inalcanzable». Así abordaba Mike Kelley la vida y el arte, que para él venían a ser la misma cosa.
Ya de niño en su Detroit natal, se empezó a interesar por la expresión de ideas, emociones o imágenes mediante cualquier herramienta que tuviera a mano, y eso que para su familia «el arte era considerado propiedad exclusiva de homosexuales y comunistas».
Tampoco es que sea el suyo un arte activamente autobiográfico (aunque debemos suponer que todo arte lo es). De su arte no nos interesa el artista, sino más bien la cultura que lo hizo crearlo. Y la cultura popular era para un artista sensible y ácido como Kelley, y a diferencia de Warhol, puro veneno.
Por otra parte, es un arte que refleja al ser humano de manera asombrosamente eficaz. Quizás es lo bueno de lo post-moderno. Ser muchas cosas a la vez, algunas de ellas incompatibles e incluso antagónicas, y aún así ser coherente.
En esta obra, Kelley utiliza, unidos, decenas de elementos para crear un tapiz cuyo título remite a las emociones, al valor sentimental de cada cosa (muñecos, cubrecamas…) que representan valiosísimos objetos en las que se invirtieron horas de amor que merecen -exigen- ser recompensadas.